La música que se escucha en los pueblos de Andalucía

por Hernández Gómez

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En los pueblos de Andalucía, la música no es solo un acompañamiento: es una forma de respirar, una manera de entender la vida. Aquí, las melodías no salen de los grandes escenarios ni de los altavoces de los festivales; nacen en las plazas, en las cocinas, en los patios llenos de buganvillas. Cada pueblo tiene su propio sonido, su propio pulso, su propia voz. Y si uno se detiene a escuchar, descubrirá que la música andaluza no se oye solo con los oídos —se siente con el corazón.

Las mañanas comienzan casi siempre con el canto de los pájaros y el rumor de las campanas de la iglesia. Pero, poco después, se suma un murmullo más humano: una radio encendida en una panadería, una copla sonando en la ventana de una abuela, una guitarra que alguien afina en el patio. La música en Andalucía no se busca: está ahí, formando parte del paisaje sonoro cotidiano, como el olor del pan o el sol sobre las tejas.

El alma musical de Andalucía es, por supuesto, el flamenco. Pero no el flamenco de los teatros o los espectáculos para turistas, sino el que se canta entre vecinos, el que se improvisa con una palmera, un golpe en la mesa o un simple «¡olé!» en el momento justo. En los pueblos de Cádiz o de Huelva, las noches de verano se llenan de cantes que parecen no tener fin. Una guitarra pasa de mano en mano, y cada voz aporta su historia, su dolor, su alegría. El flamenco andaluz no necesita micrófono: vive en el alma de quien lo interpreta.

En las fiestas patronales o en las ferias, la música cambia de tono. Las sevillanas dominan el aire, y hasta los más tímidos acaban marcando el paso con los pies. Los altavoces de la plaza mayor reproducen esos compases alegres que todos conocen de memoria. Las parejas giran, las manos se alzan, las faldas se abren como flores. En Andalucía, bailar es otra forma de hablar. Las sevillanas cuentan historias de amor, de nostalgia y de campo, pero siempre con una sonrisa en el alma.

También hay una música más íntima, menos conocida fuera de las fronteras andaluzas: los fandangos, las malagueñas, las peteneras. Son géneros que han nacido de la tierra y del tiempo. En la sierra de Huelva, todavía hay hombres mayores que cantan fandangos al anochecer, con una voz quebrada y profunda. Son canciones sin artificio, que parecen hablar directamente al alma. En las tabernas pequeñas, la gente escucha en silencio, con respeto. En esos momentos, la música se convierte en una plegaria.

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