Si hubiera que resumir la esencia de la cocina española en tres palabras, no serían ni “jamón”, ni “paella”, ni “vino”. Serían sal marina, aceite de oliva y sol. Estos tres elementos, tan simples en apariencia, sostienen una cultura gastronómica que va mucho más allá de las recetas: representan una forma de vivir, de entender el tiempo, la tierra y la felicidad. En España, la comida no se mide en calorías, sino en sensaciones. Y cada plato, desde el más humilde hasta el más sofisticado, lleva dentro el alma del Mediterráneo.
La sal marina es, quizá, el ingrediente más antiguo del país. Antes incluso de que existieran las cocinas, los pueblos costeros ya recolectaban la sal de las aguas del Atlántico y del Mediterráneo. En lugares como Cádiz o Ibiza, las salinas brillan al sol como espejos blancos. Esa sal, seca y pura, no es solo condimento: es historia. Durante siglos, se usó para conservar alimentos, especialmente pescado. Las anchoas del Cantábrico, el bacalao, las mojamas… todo nació gracias a la sal. Pero en la mesa española, la sal es más que técnica: es equilibrio. No buscamos disimular el sabor natural de los ingredientes, sino resaltarlo. Un tomate maduro, cortado en rodajas y espolvoreado con un poco de sal marina, puede ser una comida completa. Es un gesto sencillo, pero encierra la filosofía de nuestra cocina: respeto por la materia prima y amor por lo auténtico.
El aceite de oliva es el corazón líquido de España. Ningún otro producto está tan profundamente ligado a nuestra identidad. De norte a sur, el olivo es símbolo de vida, de paz, de familia. En Andalucía, los campos parecen mares verdes que se pierden en el horizonte. Cada otoño, la cosecha del aceite se vive como una fiesta. Las almazaras se llenan de aroma a fruto recién prensado, y el primer chorro de aceite virgen extra brilla como oro bajo la luz del amanecer.
En la cocina, el aceite de oliva no es solo grasa: es sabor, textura, alma. Lo usamos para todo —freír, aliñar, conservar—, pero también como punto final, casi poético. Un hilo de aceite sobre una tostada, sobre unas verduras asadas, sobre un pescado recién hecho… transforma cualquier plato. Su sabor depende de la tierra y del sol que lo vio crecer: afrutado en Jaén, intenso en Córdoba, suave en Cataluña. Por eso decimos que el aceite cuenta historias: cada gota habla del lugar del que viene.