La siesta española: el hábito que transformó mi productividad

por Hernández Gómez

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Cuando llegué a España, pensaba que la siesta era un mito, una costumbre pintoresca que sobrevivía solo en los pueblos pequeños o en las películas. No podía imaginar que un descanso a mitad del día pudiera tener algún sentido en una vida moderna y activa. Para mí, dormir después de comer era sinónimo de pereza. Pero con el tiempo, viviendo en España, descubrí que la siesta no solo es una tradición: es una filosofía de equilibrio. Y, sorprendentemente, cambió por completo mi manera de trabajar y de vivir.

Al principio, me resistía. Veía cómo todo se detenía después del almuerzo: las tiendas cerraban, las calles se vaciaban, incluso el aire parecía más lento bajo el sol de la tarde. Yo, acostumbrada a medir mi valor por la cantidad de tareas cumplidas, no podía aceptar esa pausa. Me parecía una pérdida de tiempo. Pero en España, el tiempo tiene otro significado. Aquí se entiende que para avanzar hay que saber detenerse.

Empecé por curiosidad. Un día especialmente caluroso en Sevilla, después de comer, me sentí tan agotada que decidí cerrar los ojos “solo cinco minutos”. Me desperté media hora después, con una sensación de claridad mental que no recordaba desde hacía mucho. No era el sueño profundo de la noche, sino un pequeño descanso que me devolvía energía. A partir de entonces, la siesta se convirtió en un experimento que pronto pasó a ser un hábito.

Descubrí que la siesta no se trata solo de dormir, sino de desconectar. Es un paréntesis que divide el día en dos mitades. La mañana se vive con intensidad, la comida se disfruta sin prisas, y la siesta permite recomenzar con la mente despejada. Esa pausa corta tiene un poder inmenso: limpia el cansancio y devuelve la concentración. Empecé a notar que trabajaba mejor, que tomaba decisiones con más calma y que mis tardes eran más productivas que nunca.

Lo interesante es que en España nadie siente culpa por descansar. Aquí la pausa está integrada en la cultura. No es debilidad, es inteligencia. La siesta no es un lujo, es una herramienta natural para mantener el equilibrio entre cuerpo y mente. Los españoles lo saben desde hace siglos, y ahora entiendo por qué siguen fieles a esta costumbre, incluso en un mundo que corre demasiado rápido.

He aprendido que la productividad no se mide por las horas sentada frente al ordenador, sino por la calidad del enfoque. Antes, a media tarde, me encontraba agotada, dispersa, incapaz de concentrarme. Ahora, después de una breve siesta, puedo trabajar con más claridad y creatividad. El cerebro, como cualquier músculo, necesita descanso para rendir mejor.

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