El sonido de la calle: lo que canta Madrid de noche

por Hernández Gómez

Publicidad

El sonido de Madrid no siempre es alegre. También tiene su melancolía. En los portales cerrados y las plazas vacías, hay un silencio que habla. Es el silencio de los que observan, de los que recuerdan, de los que caminan despacio. Madrid, incluso en calma, sigue sonando. A veces basta el chasquido de un mechero, el eco de unos tacones sobre la piedra o una voz solitaria que canta bajito. La ciudad sabe cuándo callar y cuándo volver a empezar su canción.

Los músicos callejeros son los verdaderos poetas de la noche madrileña. Algunos tocan por costumbre, otros por necesidad, pero todos aportan algo al alma de la ciudad. Hay un saxofonista en la Plaza Mayor que toca los mismos temas cada noche, como si hablara con los fantasmas del pasado. En la Puerta del Sol, una joven canta con una voz tan dulce que incluso el tráfico parece detenerse. En el Retiro, cuando ya casi no hay nadie, un violín se mezcla con el murmullo de las hojas. Madrid los escucha, y ellos le devuelven su propia melodía.

Pero la noche madrileña no solo canta con instrumentos. También lo hace con sus sonidos cotidianos: el eco de las persianas que bajan, el pitido del metro que cierra sus puertas, las ruedas del autobús sobre el pavimento, las conversaciones que se escapan por las ventanas abiertas. Es una sinfonía urbana, imperfecta pero viva, donde cada nota forma parte de una armonía espontánea.

Hacia las tres o las cuatro de la mañana, cuando la ciudad parece rendirse al sueño, queda un último canto. Es el de los que aún no quieren que la noche termine. Los camareros que recogen vasos, los taxistas que comparten historias con los pasajeros, los amigos que se abrazan antes de despedirse. Ese murmullo final, cansado pero cálido, es el suspiro de Madrid antes del amanecer.

Y cuando la primera luz toca los tejados, el sonido cambia una vez más. El canto de los pájaros se mezcla con los primeros motores, con el ruido de las persianas que suben, con los pasos apresurados de los madrugadores. La noche se apaga, pero su eco queda flotando. Porque en Madrid, la música nunca desaparece del todo: solo cambia de tono.

Madrid canta porque está viva. Sus calles son su garganta, sus luces el reflejo de su emoción. De día o de noche, su sonido es una invitación constante a sentir, a mirar, a formar parte de algo más grande. Y quien ha caminado por Madrid una madrugada cualquiera, lo sabe: hay una canción en el aire, invisible pero real, que te sigue incluso después de irte. Esa canción es la voz de la ciudad. Es Madrid, cantando sin descanso, incluso cuando todos los demás ya duermen.

You may also like