Cómo dejé de planificar y empecé a vivir a la española

por Hernández Gómez

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Dejé de llenar mi agenda y empecé a escuchar mis días. Algunas mañanas trabajo más, otras menos. Si un amigo propone salir a caminar, voy. Si el cuerpo me pide descanso, descanso. Descubrí que no hace falta hacer tanto para sentir que el día tiene sentido. Los españoles me enseñaron que la felicidad no está en cumplir objetivos, sino en disfrutar el proceso.

Esta forma de vivir no significa falta de ambición. Al contrario, implica una ambición diferente: la de vivir bien, con equilibrio. Los españoles saben trabajar, pero también saben parar. La pausa no se siente como pérdida de tiempo, sino como parte del ritmo natural. Por eso, incluso las ciudades grandes como Madrid o Valencia conservan esa sensación humana de cercanía y calma.

He cambiado mis listas por momentos. Ya no planifico los domingos, los dejo ser. A veces descubro un nuevo bar, a veces no hago nada. Pero cada día tiene algo que me sorprende. Me siento más libre, más presente, más viva. He aprendido a aceptar el desorden de la vida como algo hermoso, no como un fallo de planificación.

Hoy, si me preguntan cómo es “vivir a la española”, respondería que es vivir con alma. Es entender que el tiempo no se domina, se comparte. Es saber reír aunque los planes cambien, disfrutar aunque el día no salga perfecto, y encontrar belleza en lo cotidiano.

La vida aquí me enseñó que no hace falta organizarlo todo para que las cosas salgan bien. A veces, basta con abrir la ventana, dejar entrar el sol y permitir que el día te sorprenda.

Vivir a la española no es solo adoptar costumbres, sino aprender a confiar en la vida. A dejar que las cosas fluyan, a creer que siempre habrá un nuevo comienzo mañana. Ya no necesito planificarlo todo. Prefiero vivirlo.

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